Cuando
se estaba acercando el 25 de Mayo, nos reunimos con las seños para
pensar la manera de celebrar esa fecha… había muchas ideas, claro…
hasta que dijimos: ¿Por qué no bailando, organizando una gran
fiesta? Nuestros antepasados así lo hicieron. Los hombres y mujeres
de aquella época se bailaban la vida, así como también la perdían
luchando por sus ideales.
Así
se fue esbozando un Bailando por un sueño … revolucionario…
Las
danzas populares criollas venían de la época de la colonia, donde
se habían integrado con bailes y rituales de los pueblos
originarios. A partir del 25 de mayo de 1810 siguieron modificándose,
incorporando movimientos, pasos y gestos inspirados en las ideas de
libertad, igualdad, fraternidad, tan de moda en esos tiempos de
cambio.
Los
ejércitos criollos contribuyeron a consolidar la emancipación
americana pero también fueron espacios de difusión y de fusión de
estilos musicales y de cantos populares regionales. Todas las noches
en los campamentos se escuchaban las guitarras. La entonación de
tonadas, cuecas, gatos, chacareras y cielitos aliviaba las penurias y
tristezas de los soldados, templando su ánimo. Muchos de estos
cantos eran originales de las comunidades aborígenes locales,
enriquecidos con el aporte de negros, mulatos y mestizos, quienes
peleaban por la independencia.
A
partir de 1811, se popularizaron las llamadas Fiestas Mayas. Cada 25
de mayo, Buenos Aires dedicaba tres o cuatro días al festejo de un
nuevo aniversario del primer gobierno patrio. Los festejos servían
para despertar la conciencia cívica y social. Como sucede a menudo,
la gente le dio sus propios tintes y colores a la celebración:
bailes de máscaras, comparsas, murgas, refrescos, juegos que
integraban a grupos de diferentes etnias, acompañaban a la ceremonia
oficial que se llevaba a cabo en la Plaza de Mayo de Buenos Aires,
donde ya se erguía la Pirámide de Mayo, primer monumento patrio que
todavía existe.
Las
danzas desempeñaron una función social muy importante en aquellos
días de Mayo y han permanecido, después, con sus ricas variantes,
profundamente arraigadas en manifestaciones tradicionales de la
cultura argentina.
A
través de las festividades populares, entre tantas otras acciones y
pensamientos, nuestros antepasados tomaron conciencia del valor de la
libertad, de la importancia de participar y luchar para conquistarla,
mantenerla y donarla a las generaciones futuras. Festejando,
señalaron las injusticias y desigualdades que los nuevos gobiernos
patrios dejaban intactas. Lo que no podían proclamar en las sedes
oficiales, lo dijeron bailando y cantando. Su alegría no fue
despreocupada y autosuficiente, pasajera e inestable. Fue serena y
templada. Fue patriótica. Así como la de estos niños, que cuando
ensayaban hacían notar en sus caritas el entusiasmo porque se
sentían parte de ésta fiesta que se celebra en la escuela y se iban
apropiando del significado de patria.
Cuando,
dentro de poco, recibamos una tarjeta de la Patria que diga: “Te
invito a mi fiesta”, no seamos indiferentes. Pensemos cómo
queremos conmemorarla. Habrá, sin dudas, muchas maneras, muchos
actos y eventos. Entre ellos, que no ocupe un lugar menor la fiesta,
según el espíritu de nuestros antepasados y que hoy lo están
haciendo los chicos de 2do y del gradito de recuperación.
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